Por Ernesto Goldar
(Todo es Historia n°46, febrero de 1971).
LA NEGACIÓN FORMAL
La obra literaria, las circunscriptas dimensiones de un libro de 160 páginas, 14 X 22, pueden por sí mismas explicar un contenido crítico, denunciar formalmente todo un orden. Un libro de páginas en blanco, como proponía la rebelión surrealista, las charadas gramaticales de Oliverio Girondo, o un collage a la manera de "Ultimo Round" de Julio Cortázar, testimonian que el libro es un objeto inquietante y que las proyecciones del contenido necesitan de una estética pertinente para ajustar su propósito de mensaje cuestionador —y reflejo crítico— de una época.
Cuando tropezamos por vez primera con los libros de Omar Viñole —y decimos tropezamos porque el encuentro con estos libros olvidados se parece mucho a un accidente cultural— lo que prontamente intriga es esa desopilante armazón formal de su obra.
Títulos sensuales, impregnados del doble sentido del humor español (A usted le sale sangre, El Hombre que se depiló la ingle, La camiseta del jefe de policía, Cómo vienen al mundo las palabras), remisiones inesperadas (La caligrafía de los juanetes en la arena de Mar del Plata, Lo que opina la vaca de Buenos Aires, Mensaje a los desventurados que me conocieron como idiota, Veronal o la vaca que tomaba cocaína), figuras desacralizantes (Jesús en una casa de departamentos, Cristóbal Colón de origen luético), exaltaciones (¡Buenos Aires se envenena!) y encabezamientos de panfletos corrídos de literatura (El ojo que no tuvo paisajes, El silencio de Dios, Cabalgando en un silbido, Caña de pescar), indican una preocupación por utilizar el título lanzándolo como interés para hacer entrar al público —trampeándolo casi— porque la referencia al contenido es falsa y el acuerdo con el lector implica desde un principio el acatamiento recíproco de la ironía. En el texto no se relata la historia de "un hombre que se depiló la ingle". Esto lo saben de antemano Omar Viñole y el lector que compra un ejemplar de su tercera edición.
Las tapas cumplen también su misión iniciativa. Firmadas por Molas, Héctor o Guevara, dibujantes de Crítica, son curiosas, alegres, con dibujos coloridos que atraen por las expresiones de sus personajes sobre el trasfondo cercano de la ciudad que reproduce alguna fotografía, tienen imagen "marketing", vendedora, bien dirigida al público de los años treinta.
Pero ya en las dedicatorias aparece de lleno el escritor. "Este libro se lo dedico a todos los internados en los Hospicios del Mundo" —comienza en A usted le sale sangre—. "Nosotros los locos, somos hombres de carne y hueso que litigamos con Dios únicamente" y firma: "Omar Viñole, loco a reglamento".
En Lo que la vaca piensa de Buenos Aires arremete contra un funcionario conservador, lo dedica a "Pedro Frías, encargado de atender el gobierno de Córdoba y firmar decretos, además de buscar ubicación para su familia. Se trata de un mulato de mucha suerte a quien, nadie que lo vea de golpe diría que es tan bruto y tan irresponsable" y en Jesús en una casa de departamentos se burla de los políticos liberales: "Al diputado nacional doctor Nicolás Repetto y Juan Cafferata, personas de mi conciencia, que son —el primero— el Cristo del socialismo —el segundo— un obispo civil de una aldea mediterránea y que ambos tienen casas de departamentos en esta capital".
La camiseta del jefe de policía, subtitulado Ensayo de psicología de la ropa interior, lo consagra a su amigo Enrique González Tuñón, "que aquella noche de invierno me vio hasta la camiseta de mi alma, a pesar de haberlo conocido con el sobretodo puesto". Y agrega en una llamada: " El autor de este libro tuvo una vez un sobretodo y la gente decía ‘Omar Viñole tiene un sobretodo’. Fue la única vez que le reconocieron que llevaba algo puesto". Cabalgando en un silbido lo presenta más ecuánime, lo dedica a sus amigos cordobeses Deodoro Roca, Sebastián Soler, Jorge Orgaz, entre otros y también a sus enemigos: "A los antropófagos y pájaros carnívoros, para que se dediquen a estos huesitos..." Si antepuso en las primeras páginas como prueba de su salud física un facsímil de su análisis de orina (laboratorio "Córdoba", 11 de junio de 1932; Vasserman; negativa, Kahn: negativa, orina y fecales: negativa) y de sus médicos de cabecera; Dr Pedro C.Minuzzi, especialista de riñón, vejiga y próstata", es para exclamar: "¡Este libro no tiene nicotina!" y a reiterar la dedicatoria: "A Francia y a "Cristóbal Colón", navegante por quien tiene una espectacular admiración, como veremos más adelante. La dedicatoria, recargada, es una manera de dispensar —gratuita si se quiere— que legaliza la facultad de dar. Viñole es pródigo en dedicatorias y el obsequio le autoriza chancearse; "A Ricardo Setaro, con todo el hígado".
Dos escritores le prologan sendos libros: Julio P. Barreiro y Gregorio Marañón. El humanista español es para Viñole un espaldarazo inesperado. Para ser más preciso, no se trata de un prólogo sino de una carta conceptuosa de Marañón acusando recibo de A usted le sale sangre que Viñole pone al principio de La camiseta del jefe de policía. Lo que sí existe es la desmesura de los prólogos. Algunos libros toleran nueve, otros seis o cinco. Los prólogos (y advertencias) ocupan 22 de las 83 páginas de Cómo vienen al mundo las palabras. Cada uno lleva su firma, a la que agrega algún comentario: "Omar Viñole, autor material de varias rizotomías", "Omar Viñole lector", si conoces dactiloscopía, aquí tienes una impresión digital. ¡Es mi alma!", "Omar Viñole. A las tres de la tarde. Después de haber hecho la digestión de un abundante almuerzo", "Omar Viñole. Pelotas (Brasil) del año 1840. Obra póstuma", "Omar Viñole, sin enfermedades secretas desgraciadamente".
Los prólogos preanuncian el tono general de la obra ("Desvalijado lector, si tu eres un admirador mío, por el profundo par de pelotas que yo he tenido para decir la verdad sin hacerla pasar por la peluquería, seguirás el curso de mis meditaciones... etc."): esa dirección agresiva del estilo, el uso de la primera persona, el cuerpo a cuerpo con el lector, y el humor: "El amigo más afectuoso que tuve en la Argentina, era dueño de once prostíbulos, dentro y fuera del país. De él saqué conclusiones que hasta ahora no he podido de Monseñor Napal. Y era tan bueno, que a no ser por las urgencias impostergables de su "negocio" habría hecho que sus pupilas se acostaran a las seis de la tarde, para que no pasaran mala noche". Bien escrito, con un gracejo paradojal: "Cuando yo escribí mi primer libro, me dijeron de todo por intermedio de un diario, que lo único que no aseguró, fue que yo era pederasta, porque en esa fecha, precisamente, yo mantenía relaciones con la esposa del director...", como la atrevida reflexión con que comienza La camiseta del jefe de policía: "¿Qué se puede esperar de un país donde vive gente que todavía estudia violín?".
Un desprejuicio irónico, que se confía al lector, lo acosa, le recomienda ("Lector, afila tu cuchillo, aunque sea el de la cocina"), que desborda la normatividad sintáctica y recurre a los errores de ortografía para zaherir el lenguaje institucionalizado. Es una irrupción para negar el idioma y burlarse de su propio instrumento de trabajo como escritor. Y ese lector (su lector) ingenuo, temeroso, respetuoso del dictado de las academias, corregirá con lápiz, como hemos comprobado, los "errores" gramaticales de sus libros incorporados a la Biblioteca Nacional. Incomprensión del escándalo —literario por ahora— que signará la aventura terrestre de Viñole. El escritor apela ruidosamente al impacto: un vocabulario escatológico, soez, pesado, rudo a veces, se emplea para llamar obsesivamente la atención.
Esa manía ostentosa explica el procedimiento del punto de vista. Omar Viñole cede la palabra a una camiseta de lana, a una vaca, a Jesús de Nazareth, Busca una postura original, un ángulo provocativo desde donde levantar la voz y desarmar fácilmente a los oponentes. El despropósito formal remata significativamente en los epílogos; A usted le sale sangre termina así: " Hasta pronto, los espero en la lechería de enfrente"; Cabalgando en un silbido finaliza: "¡No quiero discursos en mi tumba!, porque a lo mejor son copiados...", no sin antes afirmar; "Este libro lo he escrito porque se me da la gana".
LA NEGACIÓN CONCEPTUAL
El solo rechazo de las normas formales —de la costumbre pequeño burguesa de hacer del libro un instrumento grave que circula en el plano de "la cultura", incluso de esa crítica permitida dentro del orden establecido— implicaría que los libros de Omar Viñole adolecerían de un mero formalismo revulsivo. Pero no es así. Una aproximación a sus constantes temáticas, subrayadas por un estilo donde el aforismo y el humor son característica determinante, permite ubicar su obra en la realidad histórica argentina. Esta problematicidad es un testimonio elocuente de la crisis cultural, política, social y moral de la "década infame". Sus trabajos más significativos aparecen en 1934 y 1935.
Ellos expresan el resentimiento ("De mi se hablará, estoy seguro. He evidenciado que para ser escritor de fama, sólo se necesita ser una vaca, química y bacteriológicamente"), la agresividad ("El escritor es generalmente un onanista, que para mandar al carajo a una persona se cree en la obligación de escribirle un libro..."), el lenguaje redentorista (... salgamos a la calle con una ametralladora, llevando el estandarte de ese aprendiz de carpintero que nos señala un camino a los obreros"), la sátira moralizante ("Las camisetas somos la prenda que está diciendo a gritos, que el hombre tiene una inmoralidad que cubrir"), la ironía ("El hombre podría hablar consigo mismo si tuviera quien le escuchara"), el ludismo ingenioso de la paradoja —entre Gómez de la Serna y Jardiel Poncela— que reitera a lo largo de las páginas estableciendo modelo de construcción literaria ("Se necesita demasiado talento para no haber escrito nunca", "¡Lincoln, fue un cobarde. Abandonó el hacha por los hombres!". "Ya no queda más fuente de recurso para vivir, que la miseria"), y el humor, esencialmente el humor con su componente de intrínseca disconformidad.
¿Qué es el humor sino la exageración sistemática del lenguaje que suprime automaticamente las evidencias, altera el equilibrio, vuelve absurdo lo inteligible y hace particularmente eficaz la crítica contra los tabúes de la moralina oficial? Estos elementos expresan controversia, oposición. Son ingredientes enfrentados al statu quo, registrables como síntoma intelectual negativo de una escala de valores (y de instituciones) que se han tornado insoportables.
Cuando la moral, no es esa entelequia endurecida sino el mínimo presupuesto de buena fe ha sido derogado, cuando los preceptos del cristianismo son una fórmula sin vigencia en la ciudad de Buenos Aires estragada por la crisis económica de los años treinta, la filosofía popular recrea su desesperanza en los tangos de Discépolo y la literatura es amarga y decepcionada como el alma del hombre de Scalabrini Ortiz. Ciudad enferma, que el irracionalismo filosófico de Martínez Estrada y Mallea —y el macaneo viandante del Conde de Keysserling— quiere diagnosticar como producto de una misteriosa potencia raigal o maldición inmanente de la tristeza pampeana o resultado de invisibles y eternas desgracias argentinas. Pero es la situación política — un país ahogado, endeudado al imperialismo británico— la que prevalece como índice superestructural visible donde convergen desde los intelectuales transidos por la postración histórica, los vectores certeros de la crítica. El boedismo literario (Olivari, Tuñón, Barletta, Mariani, Castelnuovo), los bardos lunfas, la poesía social, denuncian esta sociedad degradada en un país exhausto. A esta actitud, pero sin integrarse a grupos ni a capillas, anárquico, hiperbólico, gracioso, pertenece Omar Viñole.
El mismo escepticismo discepoleano del "que vachaché" aparece en sus aforismos moralizantes: "Todos los hombres honrados que yo conocí, lo eran porque estaban de viaje...", "...el orgullo, como la ciencia, está en bancarrota", "El infortunio es el único medio de vida en Buenos Aires" . La recurrencia a Cristo-hombre separado de Cristo-Dios importa una búsqueda del humanismo cristiano en una época de clericalismo ceremonial: "Jesús en una casa de departamentos es es el relato proveniente de una libreta de apuntes de Jesús, que "cuenta las cosas que ve" y "entre la belleza y la verdad elige la verdad"; Jesús es presentado con familiaridad: "el hijo de doña María", del que se dice también que es "un fino caballero que tuvo amistad con María Magdalena". El Nazareno es un "militante socialista" que ha venido a Buenos Aires a "tomarle el pulso a la moral de estos pueblos (...), volcados en las artimañas de ganar dinero a costa inclusive del delito"; encuentra un espectáculo desolador se va "tristísimo de estas playas". "Todo esto lo hizo Jesús sin haber aspirado al Premio Nobel, y sin haber ido al colegio, y sin haber deglutido los escarpines de ningún político", señala Viñole, confirmando desvelo por rescatar elementos de una ética tradicional que estaba perdida.
En una época políticamente abyecta —proscripción, venalidad, fraude— el rechazo de la reacción conservadora (..."no olvidemos"—dice Viñole al comienzo de uno de sus tantos libros— "que la Argentina fue tomada por teléfono por un militar que usaba anteojos" —clara referencia a Uriburu— y añade en nota: "¡Si habrá sido corto de vista!") se extiende a todos aquellos que el autor considera de derecha ("Buenos Aires sería ideal como lugar de residencia, si no fuera por Leopoldo Lugones") y con violencia maniquea ataca a Rosas, Moseñor Lafitte, Martínez Zuviría, Lugones hijo, Sánchez Sorondo, Ricardo Rojas, Pinedo, Enrique Larreta, Prebish, Martínez de Hoz, Pedro Frías, Mariano Ceballos, al Ministro Iriondo, Garzón Maceda, Mariano de Vedia y Mitre, a los paseantes conde de Keysserling y Waldo Frank, a Hitler y a Mussolini y a los "fascistas" nativos, a quienes provoca: "se ruega al fascismo que me pegue una paliza". Trata bien a muy pocos: se salvan Oliverio Gironfo, Alfonsina Estorni, Alejandro Korn, y sus amigos de Crítica que publicitaron sus andanzas iconoclastas: Botana, Bedoya, Petrone, Barreiro, Setari, Guevara, Muñoz. Tampoco se le escapa la situación de depencia colonial del país:" ¡Qué maravilla si los argentinos fueran todos ingleses", jaranea.
Su ideario político critica por igual a la derecha y al comunismo. A la primera por causante de las desigualdades humanas, y al marxismo por la falta de "idealismo"; "Soy una vaca marxista —le hacía confesar a su compañera— que ansío darle al materialismo histórico un contenido filosófico espiritual". Un sentido humanista y revolucionario ocupa la propuesta ideológica de sus libros: "Yo sigo asegurando que no habrá bienestar individual, sino general" y amenaza: "Voy a romper los vidrios para todos esos a quienes el destino los ha contraseñalado a la salida". Anarquismo intelectual ("Confidencialmente les diré a ustedes... que yo pienso de acuerdo con la humanidad, pero desde la vereda de enfrente") e ideológico: "Se denomina "Estado" a la cosa pública, por el "Estado" en que queda después de los decretos". Antiburgués y no socialista, nihilista de pura acción, lo que le interesa es herir, acusar, soliviantar, despertar a los crédulos. La sátira, el terrorismo de las palabras, es el método elegido para alcanzar la sociedad ideal: "Vacas de Buenos Aires. ¡Sean ustedes vacas anarquistas! Realicen un noviazgo con la piqueta". El procedimiento comienza por socavar los mitos cotidianos de la pequeña burguesía. Peluqueros, sastres, lesgisladores, médicos, escribanos, abogados, legisladores, periodistas, son su blanco predilecto cmo prototipos del estancamiento la ausencia de rebeldía. Esa nimiedad de las costumbres urbanas —de Córdoba y Buenos Aires— necesita ser esperpentizada: el mercantilismo de la calle Florida, la pobreza de los espectáculos teatrales, el hogar-mundo de la clase media, el cinismo del matrimonio convencional, los prejuicios frente a la vida sexual. Entonces Viñole escandaliza: se vuelve sexuado, escatológico, crudo, y debe aclarar: "Mucho más inmoral que yo es el Diccionario de la Lengua, que dice de todo". La crítica se proyecta por elevación al cinismo de las instituciones liberales —en primer término las políticas—: "En nombre de la "Cultura Cívica" estamos acostumbrados a llevar al Parlamento a los ciudadanos más brutos" —y después al burocratismo literario, el mundo de los dispensadores de fama que usan "cuellos palomitas" y se reparten títulos y trofeos: "numismáticos" —los llama Viñole— que "siempre han escrito de espaldas al arte popular".
Si hacemos un sondeo del contenido de los libros de Omar Viñole y concluimos sobre las constantes de humanismo antiburgués o anarquismo cristiano, quizá acertemos globalmente. Además la lectura de uno o dos de sus trabajos lo pone rápidamente en evidencia. Como no concebimos a la obra separada del autor —aunque nuestra primera aproximación a Omar Viñole fue a través de sus libros— debemos tratar de explicarnos las razones de su conducta, el motivo de la elección del escándalo y la desproporcionada publicidad, el encuentro con el público que lo seguía pero que a medida que lo veía actuar en las calles de Buenos Aires le iba perdiendo el respeto para ir considerándolo como un loco suelto. Antes de entrar en Viñole Hombre de la Vaca, veamos si sus libros ponen de relieve su comportamiento singular, inusual, vale decir, si se trata de un escándalo mediático y el porqué.
"Infelíz de mí, yo que pretendí ser un loco, apenas si soy un hombre, que me doy cuenta. Como casi siempre, los locos de verdad, no tuvieron ni pan. Como Florencio Sánchez. Como Jesús, nacieron y murieron jornaleros", confiesa en A usted le sale sangre. Es un texto de alguien que se hizo pasar por loco, pero que no olvida llevar buena compañía. Con idéntica finalidad se exalta en Cómo vienen al mundo las palabras: "Alejandro Korn, ¡maestro!, ya ve que usted no estaba solo", Korn puede estar tranquilo, Viñole lo acompaña. Viñole cree pertenecer a esa clase de hombres elegidos que los canallas envidian, y se apelotonan para complotarse contra él: "Esconde este libro, Martita" —le ruega a su hija—. "No olvides que a tu padre le decían que era un "pobre loco", y no lo quemaron vivo, como a Servet, porque nunca faltó quien dijese que así me concederían la paz que buscaba mi alma de torturado por una sola cosa. ¡Y lo terrible es que decía la verdad!". Es un buen maestro que alecciona ("pórtate dignamente, lector amigo...") que se permite pedanterías ("yo... que he leído a a Esquilo, a Sófocles, a Pirron, a Dancout, a Reynard, a Diderot, a Beamarchais, etc., etc."), se sabe importante ("De mí se hablará, estoy seguro"), despliega erudición, gasta inteligencia y se dispone a iluminar con el verbo a los ignaros: propone un larguísimo curso de Teoría Política como requisito previo para todos aquellos que aspiren en la república a los cargos públicos ("¿Qué ideas ofrecen al país los candidatos de la más alta magistratura?, 1943) y él se ofrece a dictarlo. Es un arrogante que pontifica: "Yo tengo muchos partidarios que se averguenzan de pensar conmigo", "Un amigo inteligente me vino a pedir dinero, a falta de él le entregué la fórmula para ganarlo. ¡Le dije que escribiera un libro contra mí!", y cuando habla de sí mismo no se anda con modestia: "Sé que soy un hombre grande", conceptúa.
Egolatría pertinaz de un escritor que discurre siempre en primera persona, que no cita a nadie y acumula agresiones hacia los otros. El intelectual aparece como un "gran hombre", violento, duro, sin dudas ni problemas de conciencia. "Soy", "Yo sigo asegurado", "Yo he roto", "Tengo horror", "Yo miro con respeto solamente...", "Sé que soy": invariablemente por la afirmativa, sin concesiones. Estos encabezamientos de sus asertos revelan una personalidad autística, autosuficiente y cuando el egoísmo y la obsesión por la popularidad se suman, agudizan la intolerancia. ¿Por qué no decir la megalomanía?
LA NEGACIÓN FÍSICA
Omar Viñole, "El Hombre de la Vaca", nació en Bragado en 1904. Su padre fue subcomisario de policía hasta 1916. Amigo de los conservadores, fue despromovido por la intervención radical. Hay quienes aseguran que Omar hizo estudios particulares y realizó en Europa viajes de perfeccionamiento. ¿Qué estudió y en qué se perfeccionó? Porque el curriculum de Viñole es abultado y heterogéneo: comprende sobre literatura, ciencia, escultura, historia, pintura, filosofía, etc., además de sus incursiones como político, deportista, docente, religioso y orador. El mismo cuenta que se graduó de veterinario en Córdoba, en 1932 ("Hay tanta bestia con título, que un hombre que no lo fuera en 1932 inspiraba duda"). Se desempeña como veterinario de la Municipalidad cordobesa hasta 1935, año en que pide licencia; no volverá a reincorporarse. Funda y preside la Sociedad Sarmiento Protectora de Animales de la capital provincial, ciudad a la que representa en el Congreso Internacional de la Fruticultura (1928) donde exhibe una minuciosa monografía con mapa pomológico de la República Argentina. También representa a Córdoba en el Congreso de Historia realizado en Buenos Aires en 1929 exponiendo cinco interesantes trabajos académicos: Las primeras experimentaciones de genética vegetal en la época del Virrey Cisneros, Minucias en que perdía el tiempo el Cabildo de Córdoba, Inspecciones de carne en la época del Virrey Sobremonte. Además de sus 43 libros polémicos es autor de casi 60 monografías de carácter científico, algunas de ellas publicadas: Tuberculosis bovina, Las primeras intervenciones quirúrgicas con anestesia local, La guerra bacteriológica o el exterminio de la humanidad por infecciones, Psiquismo y deficiencias en los intelectuales, La fecundación artificial de las especies, La anquilostomiasis en la República Argentina.
Córdoba resiste durante diez años las exteriorizaciones de su resentimiento. Para burlarse de los prejuicios, el adolescente Viñole crea la revista Urotropina, y frente a la vetusta Casa de Trejo, instala la Universidad Popular del Pueblo "San Martín", más conocida como "la universidad al aire libre y sin techo" —funcionaba en una plaza— de la que fue su Rector y catedrático. Otorgaba títulos de Ingeniero de Sonido, Doctor en Depravatius Causas y Doctor en Dignidad. Su vida privada lleva el mismo ritmo de la pública: se casa joven, nace una hija, y al poco tiempo se separa.
Quiere ser gobernador de la provincia pero su candidatura a diputado nacional obtiene pocos votos ("lo votan los mejores intelectuales de Córdoba", aseguran sus panegiristas). La campaña electoral la realiza con la mordacidad que era previsible. Tanto es así que cuando los opositores reclamaron garantías del oficialismo, Viñole redacta un arrogante telegrama dirigido al general Justo: "Como candidato no pido garantías, porque me sobra la responsabilidad moral". La plataforma electoral del partido "Pan" sostiene un conjunto de medidas progresistas sobre política general y agraria, vialidad y legislación impositiva, pero en el capítulo dedicado a sanidad humana incorpora proposiciones increíbles: "Selección Eugenésica (nacionalizar un tipo de raza americana). No se debe llevar al parlamento hombres deformes o desnutridos, o contrahechos, porque desprestigian la nacionalidad"). Adjunta una "Política Filosófica de la Raza" en la que propugna: "1 — Mesuradas leyes que permitan la prosperidad ideológica de todo credo positivista o espiritualista que no atente a la estabilidad del estado. 2 — Propender a la formación de la unidad moral del pueblo argentino, en los ideales de la belleza, tomando de almanaque la eternidad. 3 — Leyes severas que castiguen la mentira como instrumento de usufructo personal. 4 — Auxiliar con subsidios a las corporaciones que hablen del alma humana". De este programa, los comentarios periodísticos explican que por su "valor revolucionario" ha sido enviado a la Rusia Soviética para que lo tomen de ejemplo.
A fines de 1934 el doctor Viñole llega a a Buenos Aires con un atuendo que provoca estupor: morocho, atlético, cubre su cabeza con un fez violaceo y una camisa rusa plena de condecoraciones. Está dispuesto a lanzarse sobre la ciudad y ha elegido el año 1935 como el tiempo del escándalo. Las calles de Buenos Aires se le ofrecen para perfilar su biografía y ejecuta planificadamente el asalto. Obtiene del diario Crítica —siempre dispuesto a excitar hechos sensacionales— el apoyo periodístico a su campaña. Se hace muy amigo de los redactores Carlos Oliveiro y Enrique Bacine y del caricaturista Diógenes Taboada. También en Noticias Gráficas, donde comienza a publicar artículos, encuentra apoyo publicitario.
"Tengo una vocación de empresario de escándalos, de la misma manera que los hay de pompas fúnebres" —declara. En primer lugar ha venido a reparar una omisión: "Me voy a España para devolverle la visita que nos hiciera el finado Cristobal Colón. Como el estado no se ha ocupado hasta el momento de la devolución de esta galantería, lo hago a iniciativa de mi propia y canina gratitud". No viajará solo, lo acompañará "la hermana vaca" a la que "hablará" en todas las partes del mundo. Está desengañado de los hombres que son insensibles a sus lucubraciones filosóficas y asegura que la vaca —que le proporcionará leche fresca durante la travesía— es más inteligente y comprensiva que "los estúpidos, que están en mayoría". La opinión seria lo califica de "emisario clandestino de la patología", y Viñole responde: "Si me conceden el entusiasta epíteto de insano, aclaro que pertenezco a la categoría de los que no se curan".
El domingo 13 de enero publican un reportaje en Crítica. Interrogado acerca de si ¿debe o no ser idiota un hombre? aprovecha para bucear la problemática del siglo XX: "El cielo es el único viaducto para el Riachuelo", dice. "La justicia —agrega— son los errores legalizados", y seguidamente deriva la entrevista hacia su experiencia cordobesa: "En Córdoba, donde estuve pignorado por diez años, fui una persona sensata. Pero me salvé a tiempo. Casi soy candidato a gobernador, y no veo por qué no hubiera llegado, si ha podido serlo Pedro Frías, a quien sus congéneres le llamaban cariñosamente "la cantera" por las piedras que lleva adentro..."
El mismo domingo por la noche, decide su primera excursión. A las 24 horas surge entre los paseantes de la Avenida Costanera. La mano izquierda sobre el bozal de la tambera holandesa, la mano derecha un rústico gajo de tala le sirve de contundente báculo. El calor ha congregado numeroso público que inmediatamente lo identifica y le rodea. Recibe —según crónicas— "muestras de simpatía". Le piden que hable. "Hermana vaca —comienza—. Es probable que no seamos comprendidos. Tampoco lo fueron Cristobal Colón y Domingo Faustino Sarmiento, pero puedo asegurarte que el verdadero tipo del delirante sistematizado es el hombre normal que se ha incrustado en una idea fija y parasitaria de la que no puede evadirse, acerca de la sociedad y la cordura, que es tan perniciosa como cualquier otra lesión catalogada en la neurosiquiatría". Cuando se retira, lo siguen ochocientas personas.
Amigos intelectuales le ayudan en la promoción de un par de conferencias que proyecta. Un empresario, creyéndole financiable, le hace algunas propuestas: "Disculpe señor —contesta Viñole— pero en mi calidad de producto de tambo, me exploto yo mismo, aparte de explotar la vaca".
Su primera conferencia la ofrece semidesnudo. Diserta sobre La no existencia de locos y muertos y la no existencia de razas, en el teatro Avenida. La platea está colmada. Omar Viñole, que estaba aguardando sentado, sube al escenario. Ante el asombro de la concurrencia empieza a sacarse la ropa de calle y queda con un simple taparrabos. El público ha sido sorprendido. Viñole calma a la gente informando que la vaca no asiste "porque le duele la cabeza" y no se atrevió a sacarla a la calle por el excesivo calor, "ante el cual las autoridades municipales son tan ineficaces como en otros asuntos". Antes de entrar en tema hace una ligera referencia a la pena que le da no ser en verdad un estúpido y un anormal como lo desea la crítica". No es mi ánimo estafarlos, pero por ahora, desgraciadamente, soy purísimo como lo demuestran mis análisis, que puedo exhibir, cosa que no se animan hacerlo la mayoría de los intelectuales y legisladores de mi país". Las siguientes charlas —en el Avenida y en el teatro Argentino de La Plata— las dará de frac, siempre dirigiéndose a la vaca.
Comienza la etapa del "catch". En un reportaje informa que se está entrenando severamente en el Stadium "Luna Park" para hacer una o dos peleas antes de embarcarse a España con la vaca. Mi misión, declara, es "debutar a caballo en una cristalería". Desde Crítica se le hace una apología resonante: un intelectual metido a catcher denota un "temperamento guerrillero", "una salud incalculable para combatir por sus ideas", Omar —como lo nombran fraternalmente— es un "gladiador romano", un "luchador social" que "escapa a la esfera de las definiciones"; "vendaval" y "titán americano" es este optimista pensador y atleta que no teme a nada ni a nadie. ¿Por qué hace catch? "Quiero demostrar que el cerebro no está reñido con el músculo. Para los imbéciles que creen que tengo el ombligo en el cerebro será la bofetada mayúscula que se ha dado en el siglo. Lucho porque es algo que ha nacido espontáneamente, como todos mis actos, en que no media el mezquino interés. Quiero hacer una demostración que reivindique al hombre intelectual..." Y el "demoledor" remata categóricamente: "Dios me ha concedido demasiada fuerza moral para que sea comprendido".
En 1935, el año en que muere Gardel, asesinan a Bordabehere y el oficialismo institucionaliza el "fraude patriótico", los porteños demuestran una singular afición por el "catch-as-catch-can". Los martes por la noche se llena el Luna Park para ver las exhibiciones de las grandes estrellas del "más viril de los deportes": Conde Karol Nowina —el favorito—, Máscara Roja, el italiano Pedro Nerone, el temible israelita Abraham Kaplan. Se trata de un "Campeonato Internacional" donde lo que vale — además del "valetodo" de las tomas repetidas— es la exhibición, siempre grotesca, excitante. Es un entretenimiento de verano donde todo está convenido según las pautas del bluff.
Pero Viñole no teme al prejuicio: "Los que se burlan de mí" —sermonea— "los intelectuales de la otra vereda, que hagan lo mismo", "quien tema al fantasma del qué dirán es un pobre inválido que sólo consigue pasear su víscera. ¿Burlarse de mí? ¡Qué gracioso! Yo nunca he caído en la vileza de entregar mi legítimo orgullo. Los intelectuales que no han sabido respetarme que ahora me sufran". Está a la ofensiva. Y el Palacio de los Deportes promete para el martes 12 de marzo de 1935 un programa extraordinario: en el primer match se medirán Nerone y Kaplan, en el segundo Máscara Roja —que viene de vencer por puesta de espaldas al polaco-americano Bill Lyon— se enfrentará con el campeón ukraniano Iván Kaduk; en tercer término debutará el doctor Omar Viñole. Es la nota culminante de la reunión. Tendrá como contrincante al ruso Martín Zikoff, "uno de los más astutos y fuertes que intervinieron en el campeonato". En el "último match", el Conde Nowina luchará con el inglés Jack Conley.
Mucho público concurre esa noche. Ovacionan a Omar Viñole cuando momentos antes de iniciarse el cotejo llevan a la vaca hasta el córner del filósofo —"la heroína de la campaña"— dicen los altoparlantes. Desde el camarín, por intermedio de altavoces, Viñole intenta dar una conferencia. El tema a desarrollar es "la decadencia del clacisismo", pero después de expresar a la vaca: "Estos treinta mil crápulas que vienen a vernos risueñamente, son dignos de la más alta lástima", y haber hablado aproximadamente tres minutos, los espectadores comienzan a gritar y debe suspender. A los pocos segundos palmoteando a la vaca, el escritor salta las sogas: su estatura de 1,84 metros, pesa 114 kilos. Se persigna e inmediatamente ataca aplicando una "toma de cabeza" que envía fuera del ring al ruso Martín Zikoff. Al regreso del moscovita las acciones se tornan violentas. Viñole contesta con un fuerte golpe de antebrazo que hace retroceder al adversario y éste replica con dos rodillazos en el estómago que dan por el suelo con el intelectual. El público protesta por los foulds de Zikoff, interviene el referee y amonesta severamente al ruso. Zikoff está enfurecido y recurre a todas las faltas imaginables. Omar muestra gran indignación y resuelve atacar: la nueva "toma de cabeza" que ejecuta sobre el ruso lo arroja espectacularmente por el aire. La estrepitosa caída en el tapiz provoca hilaridad en el público. Desde ese momento Zikoff se descontrola: aplica puntapiés al escritor y estando en la lona le da un golpe de puño que le hace sangrar la boca. La indignación de los espectadores no tiene límite. Varios que suben al cuadrilátero y amenazan al atleta ruso son desalojados por el árbitro. Se suceden confusas escenas de violencia y en medio del griterío el moscovita vuelve a castigar el estómago de Viñole con varios rodillazos, le aplica un recio "rabib punch" que lo desploma y se le echa rápidamente encima. El referee —señor Galtieri— toma al ruso de una pierna y lo arrastra al centro del cuadrilátero. Entonces Zikoff se desacata: enardecido, toma al árbitro de la cintura y sin darle tiempo a reaccionar lo lleva de espaldas al tapiz. Interviene la policía. El público aúlla. Varios agentes suben al ring para restablecer el orden. La calma sobreviene diez minutos después cuando en medio de extraordinario entusiasmo el juez Galtieri proclama vencedor a Omar Viñole por descalificación de su rival.
Noticias posteriores disipan versiones maliciosas: la "holgura económica de Omar Viñole y su posición social e intelectual impiden pensar que su debut responde a alguna operación financiera. Su vida metódica y las proverbiales audacias de su combate contra "los políticos e intelectuales de pega" han determinado este hecho. Sus partidarios lo califican de "Segovia del humorismo", "atleta poderoso" y "corazón envidiable". Se habla de un encuentro con el norteamericano Jack Russel. El 5 de junio, una pequeña fotografía medio perfil, de Viñole está encabezada así: "Se retira del catch". La etapa deportiva de la aventura porteña del "Hombre de la Vaca" ha terminado.
El próximo paso es destruir la cultura. En la mañana del 8 de mayo, un hombre tomando de la brida a una vaca se dirige hacia la calle México al 500. Allí está reunida la Academia Argentina de Letras. Se pasea un rato y sacando un abultado discurso se dispone a leerlo a la vaca. Es Omar Viñole, con los apuntes de su próximo libro, Lo que piensa la va de Buenos Aires. "Hemos llegado hasta aquí —le dice— "hasta las propias barbas de esta casa, donde la naftalina, se ocupan de sacarle la tierrita que se acumula en las palabras enriqueciendo el idioma, mientras, afuera, otros hombres iguales ante la eternidad, pero que no están de luto y no huelen a naftalina, naufragan desorientados, sin pan y sin trabajo", "Algunas personas mal intencionadas llaman a estos seres "académicos"..." "Cuando un hombre de luto y con cuello palomita insiste mucho en hacer las mismas idioteces, los otros hombres, también de luto, lo ascienden a académico o a numismático". Un observador atestigua que la vaca movió lentamente la cabeza como acogiendo las palabras del hombre y con una "beatitud evangélica digna de un autor de salmos, documenta su paso por la vereda de la academia de Letras". Interrogado Viñole sobre la actitud de la vaca, expresa: "Está visto que los animales, por más animales que sean, acostumbran a gastar cortesías". Antes de anunciar que esa misma noche viaja a Montevideo previene sobre la significación de los jurados literarios: "Sirven tan sólo para que los que lo integran obtengan patente de saber leer, ya que no de escribir".
Montevideo le es hostil. El paseo por la ciudad con la hermana vaca es interrumpido frecuentemente con silbidos: "¡Payaso!" —le gritan—. Planea dos conferencias en el teatro "18 de julio". Sólo puede dar una. Cinco minutos antes que la vaca salga a escena le administra 10 centigramos de pilocarpina —un eficaz sialágogo—. Un testigo detalla que cuando el medicamento actuó el palco escénico quedó "peor que un establo". El público —poco numeroso— patea el suelo e insulta. Viñole hace retirar a su camarada y expone sobre "la inutilidad de todos los sistemas filosóficos que no logran la solución del hombre. Es necesario —alega— incorporar al hombre nuevamente al cosmos, mediante una filosofía espiritualista". A los treinta minutos de comenzada la disertación suena un despertador ubicado estratégicamente sobre una mesa. Los asistentes le gritan y Viñole amenaza mandar de nuevo la vaca para que continúe la conferencia. Varios indignados lo acusan de irresponsable: el Hombre de la Vaca refuta: "si no fueran irresponsables todos los conferencistas del mundo, no darían conferencias". La segunda peripecia montevideana debió ser una conferencia a la vaca en el cementerio de la ciudad. Su objeto: rendir homenaje y ponerle un ramo de flores al idiota desconocido".
El 25 de mayo de 1935 tiene el primer incidente con la policía. Getulio Vargas está en Buenos Aires y enorme cantidad de gente asiste a los festejos. En esos días la ciudad clausura una modalidad de su paisaje al inaugurarse la calle Corrientes "ancha". El desfile militar atrae todo el entusiasmo: Viñole y su vaca no pueden faltar. Se han deslizado entre el público y tratan de incorporarse a un contingente de tropas. La policía actúa rápidamente tratando de persuadir al escritor para que se aleje. Viñole interroga: "¿Quién es el que molesta, yo o la vaca?" "La vaca, señor", le dicen los policías. "Entonces, que la lleven presa", agrega entusiasmado. Ha conseguido otro escándalo. La gente ríe a carcajadas cuando el vigilante, tirando del bozal, trata de llevar arrestada a la vaca por contrariar ordenanzas y hacer escándalo en la vía pública". El animal se empaca y el jocundo Viñole le habla al oído tres o cuatro palabras que bastan para que la vaca siga tranquilamente hacia la comisaría. Los deseos del doctor Omar Viñole eran simplemente homenajear al doctor Getulio Vargas y a todos los brasileños que nos visitan". "Es la vaca —aduce a gritos— la que da la leche; yo no sé que haría ese país hermano con el café, si no fuera por el concurso de la vaca, en el mundo sería desconocido el café con leche". El intelectual está contrariado y dispuesto a designar abogado para procesar a las autoridades por "daño moral". Viñole es muy amigo del pleito: cierta vez viajando en ferrocarril pidió el libro de quejas para quejarse del calor.
El próximo objetivo es la calle Florida, a la que cree justo amonestar por "desinterés patriótico" que le insuflan los viandantes y al pasar delante del Jockey Club informa a la tambera: "Hermana vaca: allí dentro, entre alfombras rojas y arañas que imitan una capilla de alcoba galante, está toda la gente de "cogote gordo" de la ganadería argentina, que ha mercado con las lonjas y los costillares de tus hermanas, vendiéndolas a los frigoríficos sajones". Y la vaca pasa su "tarjeta de visita" provocada por los veinte centigramos de pilocarpina que le dosificó Viñole unos minutos antes. Para inculpar al orden capitalista y a la "indecencia de sus instituciones" escoge al parlamento, con representantes que han egresado del fraude y donde se ha asesinado a un senador nacional. Ahí va el hombre con su vaca a las once de la mañana por la calle Entre Ríos para ejecutar su befa, provocando hilaridad, oyendo las risotadas. De nuevo la vaca llenando de abono el veredón de acceso a la entrada principal de la legislatura.
Se repiten los incidentes con la policía. En la demostración en el Pen Club el escuadrón policial lo maltrata. Ha querido penetrar en el recinto de actos del Consejo Deliberante cuando se realiza una asamblea del Pen Club. No le permiten la entrada. Empero Viñole se abre paso con su garrote y su "hermana vaca" y en momentos que algunos congresales se acercan un oficial lo inquiere: "¿A dónde va usted con esa vaca?" El "Hombre" responde: "A ofrecerle la oportunidad de que asista al Circo, que es el picadero de asnos perversos y mentes a gas pobre".
En la mañana del 5 de junio de 1935, frente al edificio de La Prensa, la vaca fue conducida a la comisaría. Había sido desembarcada de un camión frente a la puerta de la Municipalidad. El propósito moral es —confesará viñole— encarar a la prensa, "El diario históricamente imperialista de la república", el "alcaloide permanente de los argentinos". La vaca ha vaciado su vientre y policías y agentes de investigaciones intentan agredirlo. El filósofo, inmutable pregunta: "¿Pero, soy yo el que perturbo o la vaca? Si es la vaca, ¡qué la lleven detenida!" Un agente la toma del cabestro y se dirige a la seccional. El "Hombre" los sigue en silencio, con aplomo, majestuosamente. Desde ese día sus incidencias aparecen lacónicamente en la sección policial de los diarios. La opinión pública comienza a sancionarlo; "El Hombre de la Vaca" es un charlatán, un demente, un confundido". Viñole replica empapelando las calles céntricas con un afiche donde sitúa sus propósitos para "sacudir el continente para una nueva filosofía". Los sensatos —de quienes tanto se había burlado— le aplican la censura del silencio.
La ciudad soberbia ya no lo soporta. El próximo escándalo debe ser en Mar del Plata. En febrero de 1936 la pacífica tambera realiza su extensa tarjeta de digestiones en las aguas del océano. Los diarios locales se irritan. Viñole narra que su intención ha sido alterar el descanso de "la peor burguesía", por los "violentos síntomas de una sociedad decadente que comienza con la aparición de mujeres que muestran sus nalgas y hombres andrógenos que salen en short a tentar a las pitucas". Es el último alboroto y la vena mística y moralista ya se insinúa.
En 1938 se repliega a una isla de El Tigre y funda la "Escuela de Meditación". Algunos invitados especiales asisten a sus sermones morales e introspectivos, a sus preguntas intimidatorias. Los más conspicuos reciben el único título que ofrece la escuela: "Hermanos Azules" se designan los diplomados. Los domingos, los paseantes en las embarcaciones se detienen a reirse. Ya el "Hombre de la Vaca" va perdiendo la paciencia y escenas de pugilato —una que otra quijada rota— alejan a la clientela. La policía realiza procedimientos —todos negativos— pues hay denuncias sobre práctica de actos reñidos con la moral. "El mundo futuro —vocifera Viñole— no tendrá iglesias no tendrá catedrales, no tendrá universidades sino casas de oficios, porque son oficios las profesiones teologales y los llamados científicos. Todo será hecho en el mundo a puertas abiertas, porque el mundo será una gran Escuela de Meditación..." Los contratiempos no le hacen perder el humor; en esos días escribe un tratado sobre la Ortopedia de las Estatuas —poque estaban mal paradas— y recomendó a varios pedicuros para los próceres que se pasan la vida de pie. Una tarde de marzo engalana la "Isla de Meditación". Fuerza la concurrencia de varios "próceres e intelectuales", como él los llama. Están invitados a asistir a un acto "a cadena" no "académico" porque la vaca tiene "un bozal y una cadena liviana". Se trasladan varias personalidades y son convidados a sentarse en varios troncos tendidos. Todos esperan alguna escena pintoresca y Vignole no los defrauda. Solemnemente parado en una tarima lee a dos cerdos que había puesto en un cajón grande un largúisimo poema en diez cantos titulados Canto a la crueldad dorada de mi pueblo. Cuando termina de leer arroja azucenas a los porcinos que se las devoran. Ni un aplauso, ni un silbido, ni una carcajada. Los asistentes se miran entre sí y abandonan la Escuela. Había conseguido reunir cien personas. Serán los últimos que lo escuchen.
Lo asalta la soledad y busca a Dios. Pide ingresar a la orden de los franciscanos. Lo admiten, pero su personalidad no aguanta el encierro y la disciplina. "Encontré buenas personas disfrazadas de santos —dice años después— con una embriaguez de mirra de farmacia, que adoptaban las tareas y posturas de profeta sin alborozo, entregados a musitar páginas frías y letales al margen de la vida, que es la única página leíble en el libro del Creador". Pasa varios meses internado hasta que decide pedirle a la Virgen María un milagro: el de orientar su futura conducta, el verdadero camino a seguir. Reza largamente a una rosa que pone de oráculo, y en tanto que ora, ve desgranarse totalmente la flor: esa es la señal divina. La virgen lo conmina a abandonar la casa sin dilaciones. Lo hace al día siguiente, no sin antes leer un extenso poema a las tamberas del convento de San Antonio, Canto confesional a San Francisco de Asís, las que congratuladas, lo nombran "Fray Omar de Dios". El "Hombre de la Vaca" delira.
El golpe militar del 5 de junio de 1943 sacude su escepticismo. Los vaivenes iniciales de la política nacional que se abría, la expectativa del proceso todavía confuso que se desembocará en la vertiente popular del 17 de octubre de 1945 lo aleja de las especulaciones místicas y lo incorpora a la realidad política del país. Viñole, que se ufanaba de haber sido siempre un francotirador, pasa a militar con su pluma en el diario El Nacional que controlaban las fuerzas independientes. Las oficinas funcionaban arriba del teatro El Nacional, corrientes 960. El Partido Independiente, que presidía don Adolfo Robbio, integra conjuntamente con el Partido Laborista y los radicales renovadores el aparato político que trabajó por la candidatura del general Perón. Al sector pertenecen Visca, José M. Longo, Cámpora, Benítez, Sustaita Seeber, Carlos Ever, Sorgentini, el coronel Mujica, Iturraspe y otros. Omar Viñole quiere ser útil escribiendo. Los puestos no le interesan. Renuncia a la precandidatura a diputado y después del triunfo peronista en febrero de 1946 se dedica modestamente a publicar un reducido semanario "El Tanque" que aparece durante varios años.
Vuelve a sus actividades de escultor y pintor y presenta exposiciones en la Capital y el interior. A partir del 60 deja Belgrano e instala el taller en un departamento de la calle Arenales y Esmeralda. Muere en 1967, sin concretar su último proyecto: sacar un diario que se llamaría Mi País.
LOS LÍMITES DE LA NEGACIÓN
La peripecia de Omar Viñole supone un periplo que va del panfleto al misticismo. El desenfreno —literario y físico— estalla entre 1934 y 1936. La realización del escándalo adquiere en Viñole dimensiones totales: desacralizó la literatura, agitó las ideas, denunció las instituciones. Utilizó el cuerpo para violentar el espacio en que estaba condenado a vivir. Fue procaz, genial e iconoclasta. Dijo todo lo que quería decir.
Pero lo que va de A usted le sale sangre (1934) a ¿Qué ideas ofrecen al país los candidatos de la más alta magistratura? (1943) y a su prólogo de 1948 a Impresiones de un chofer de taxi, del obrero peronista Ferraris Saccone y fundamentalmente sus proposiciones místicas en El Hombre de la Vaca publicada en 1956 señalan una marcada tendencia a morigerarse. Los alborotos son remisiones a otros tiempos que se justifican con teología. Ahora se ha apartado del bullicio, prefiere pintar y hacer tallados de madera.
Desde un comienzo su aventura estuvo signada por las limitaciones. La ruptura anárquica, las significaciones del humor y el surrealismo de la praxis, se vieron cercenados —y fracasaron, no podía ser de otra manera, Viñole no se proponía otra cosa— por el caracter individualista de la postura. Fue una lucha entre él y los otros. Una egolatría pertinaz sostuvo los capítulos de su experiencia.
Hay quienes prefieren la hipótesis de la locura. No la hubo. El accionar se corresponde perfectamente con el contenido del propósito. Actúa para negar una sociedad injusta. La voluntad no está desaforada sino que es coherente con la obra crítica. Porque si nos pusiéramos a juzgar el escándalo desde el tribunal de los cuerdos —¿Quién se anima a tirar la primera piedra?— haríamos una interpretación prejuiciosa y parcializada. Nos pondríamos en la vereda opuesta a Viñole y analizaríamos los hechos según el mediocre criterio de esos serios ciudadadanos respetuosos del orden siempre dispuestos a decir que no a lo que desafina. Estaríamos vedados ab initio para entender a un poeta o un revolucionario.
"El hombre de la Vaca" fue poeta y revolucionario. Fue objetivamente un disconforme con "la década infame", con la Argentina envilecida de los años treinta. He aquí su merito. Fue lo que la sociedad de su tiempo le permitió ser. Las protestas individuales —lo estrecho de las modificaciones que puede producir la práctica de un solo hombre— eran tal vez la única manifestación ideológica posible en una Argentina donde las masas no habían irrumpido todavía en la escena pública. Viñole era originalmente "popular" en 1935. Hubiera sido imposible diez años más tarde.
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